viernes, 1 de julio de 2011

Los muchachos del puente


Allá por el año 1911, en los albores del nuevo siglo, un grupo de muchachos del barrio “Los Nuevos Mataderos” se juntaba a orillas del arroyo Cildañez (aproximadamente en lo que hoy denominamos Justo Suárez) y San Fernando (hoy Lisandro de la Torre) y deciden formar su propio club de fútbol ya que este deporte se está haciendo muy popular en los arrabales de la floreciente Ciudad de Buenos Aires. Ese sueño va cobrando vida de a poco, en charlas, discusiones, opiniones, debates y exposiciones, siempre con el sol, la luna y las estrellas como testigos.

La zona comienza a tener vida, los mataderos se han mudado hace poco y las primeras casas se van dibujando en un paisaje que, lenta pero continuamente, darán lugar a uno de los barrios porteños más tradicionales.

Después de muchas reuniones, se decide que el 1° de julio de ese año van a reunir para llevar a cabo la fundación del club. La cita es en un puente de madera que se encuentra a la altura de las calles mencionadas y, entre los concurrentes, se encuentran Carlos Rodríguez (que usa el pseudónimo Pedro San Martín), Felipe Maglio (h), José Varela (h), Sergio Varela, Raúl Piñeyra, Luis Picaza, Romeo Martínez, Cristóbal Cambiazo, Antonio Oddo. Con estos nombres queda conformada la primera Comisión Directiva del “Foot-Ball Club Los Unidos de Nueva Chicago”.

Al principio se convocan al aire libre o en la casa de algunos de los integrantes de la flamante Comisión, pero cuenta la historia que es en el puente de madera donde se toma la decisión de que los colores verde y negro deben acompañar a nuestro equipo por todos los tiempos.

René Roldán (Carlín, socio vitalicio de 82 años) relata que en esa reunión de Comisión Directiva, no se ponían de acuerdo en cuanto a los colores del club, entonces su padre, Leopoldo Roldán, que estaba allí y trabajaba en la quinta de los Naón con una chata negra acarreando pasto cortado a guadaña para los caballos propuso algo así: “Muchachos, qué les parece el color de mi chata con los del pasto cortado?”. Todos asintieron y fue así como surgieron nuestros eternos colores, negro por la chata de Leopoldo y verde por el pasto de la zona.

Muchas reuniones se llevan a cabo en la casa de la familia Varela, de la calle Areco 6671 (hoy J.E. Rodó); otras tantas se realizan en el Centro Social Nueva Chicago; otras en la Sastrería “Gutiérrez”, de Av. Chicago y San Fernando… Pero con el tiempo, y al ver que la cosa es seria, Francisco Alejandro Mohr, Juez y Administrador de los Corrales, facilita un lugar en una de sus propiedades que se halla en la “Quinta de Los Perales”, para que los muchachos pudieran reunirse con tranquilidad.

Las primeras indumentarias del equipo de fútbol son encargadas en la Casa de Ramos Generales “Perretti”, en Av. Chicago 6836 (hoy Av. de los Corrales), pero, debido a que hay que confeccionarlas, se debe esperar unos 20 días hasta que llegan. Mientras tanto, el dueño de este almacén, Carlos Perretti, le presta al club un juego alternativo de color azul. Una vez cumplido el plazo, la casa entrega el primer juego de camisetas a rayas verticales verdes y negras.

El primer campo de juego se levanta en el predio comprendido por las calles San Fernando, Tandil, Chascomús y Jachal (hoy Timoteo Gordillo). Los arcos se confeccionan con maderas que se utilizan para proteger las plantas y los árboles de los embates de la hacienda que se transporta a pie al matadero y la donación corresponde también a Francisco Mohr. Los muchachos arrancan manualmente abrojales y pastos crecidos, nivelan a ojo el terreno, marcan a brocha y cal el perímetro, porque hay que recibir a los rivales de turno en forma reglamentaria. Al poco tiempo, la cancha se traslada a los terrenos de San Fernando y Francisco Bilbao, también cedidos por Francisco Mohr.

En poco tiempo, la Comisión Directiva logra tener indumentarias con los colores elegidos, una cancha y una sede, de ahí en más vendrán las presentaciones deportivas oficiales. En ese año, se participa en la 3ª División de la Liga Estudiantil de Flores, que está ubicada en lo que hoy conocemos como el Parque Nicolás Avellaneda, y se obtiene un relevante tercer puesto. Se premia el logro con una copa de metal que es conservada por la familia Varela, como reliquia de aquella jornada.

(extraído del libro “La Historia del Football Club Los Unidos de Nueva Chicago”, de Marcos Lugones)