El asesinato de José Ignacio Rucci fue un punto de inflexión en nuestra historia. Sus ejecutores lo imaginaron para exigirle al General Perón mayor presencia en su gobierno, como una demostración de poder que los hiciera imprescindibles.
Eran tiempos de democracia en los cuales los violentos seguían convencidos de que el único poder surgía de la boca del fusil.
El General Perón, en el final de su tiempo, se enfrentaba con aquellos jóvenes que él había elegido para conducir la democracia.
Era una tensión que abarcaba toda la sociedad. En ese entonces muchos nos cuestionaban al ser diputados como si fuéramos burócratas que habían renunciado a su misión revolucionaria.
La democracia fue un logro popular en el cual las organizaciones armadas habían colaborado a gestarla, pero algunas de ellas se creían sus dueños.
Pero si la democracia era el logro del pueblo y su Jefe, para la guerrilla era solo una etapa anterior a la confrontación final.
Cuántas veces nos hablaron de agudizar las contradicciones, de que al venir el golpe el poder militar de la dictadura quedaría al desnudo y el pueblo entonces los iba a acompañar.
Recuerdo la ley de represión a la violencia de la guerrilla y aquel encuentro en el que el General los recibe y les imparte una clase de política.
Recuerdo también la renuncia de aquel grupo a sus bancas.
Pero todo esto solo describe el clima en el cual la soberbia de la conducción militar de ese grupo -que tantos cargos había recibido- decidía enfrentar a Perón, asesinar
a uno de sus hombres más cercanos y apreciados para marcarle que el futuro era de ellos.
Ese futuro, que el General había imaginado democrático y pacífico, ellos lo querían violento y confrontativo.El día del asesinato, el General Perón abrigó por minutos la esperanza de que no fueran los jóvenes que había elegido para sucederlo. Fueron solos minutos. Ninguno de ellos se hizo presente en el velatorio, como manera de dejar en claro el cariz de los hechos.Recuerdo el velatorio y el dolor de aquellos que nos dábamos cuenta que esa vida truncada implicaba el inicio de una guerra sin sentido ni posibilidades, iniciaba el suicidio de gran parte de una generación.
Con José Ignacio Rucci lo que muere es un camino de encuentro de un pueblo con su Jefe y con la democracia, una opción de consolidar la justicia.
Ya después todo sería muerte y retroceso, se iniciaba una guerra cuyo único final posible era la tragedia individual y colectiva.
El enemigo solo fue fuerte en las armas, y el pueblo en los votos. Ese enemigo eligió el camino de la derrota.
Aquel día creo recordar una frase de mi discurso como diputado: “No sé si atribuirlo a la CIA o a la KGB, solo sé que dispararon contra la Argentina”. Fue un asesinato que inició el retroceso de un pueblo. (Julio Bárbaro, ex diputado PJ)